CONVERSACIÓN CON EL INSOMNIO

Nunca tenés que cambiar nada de lo que te levantaste a escribir en mitad de la noche.
—Saul Bellow

una noche del otoño pasado me desperté en plena madrugada. Llovía y las gotas contra el techo sonaban como el redoble de un tambor en pie de guerra. Hacía ya el frío odioso de los debates nocturnos (¿me levanto al baño o me aguanto?) ¡qué olvidada de las pequeñas torturas invernales que estaba! hacía años que no paraba en el invierno. Fuí y vine a los saltitos, me volví a acomodar en el calor de mi cama escuchando el viento y buscando el sueño, que no venía. Para mi sorpresa, lo que vino fueron imágenes y palabras que empezaron a salir a borbotones como por un surtidor. Saqué las manos de abajo de todas las capas de abrigo, agarré el teléfono que estaba en la mesa de luz y anoté, una detrás de otra y sin tiempo a pensarlas, todas las palabras que salían disparadas como en fuga:

“Lo fui empujando desde los márgenes de la conciencia a fuerza de palabras. Lo llenaba todo con palabras, porque las palabras al tocar, revelan. Imaginaba la cara sombría del insomnio; la redondez del amor; el abismo oscuro que se ve parada desde la carencia; la falta de gravedad de un bostezo; el rumbo errático de las lágrimas que abandonan los ojos; la cara de la que llamaba el viento cuando aullaba; la soledad que sentiría una noche fría; y lo escribía, y las palabras echaban todo a andar. ¿Cómo no lo había descubierto antes? Las palabras daban entidad y presencia a los vacíos y así los exorcizaba, porque no se puede exorcizar al aire, la nada misma manifestada vagamente en el insomnio umbrío. 

Cuando de día la cosa pintaba bien, lo que aún inconscientemente hacía mal se seguía apareciendo en pequeños disgustos nocturnos para espantar el sueño, que se volvía esquivo, difícil de conciliar, huraño y huidizo como un gatito herido.

Conversación con el insomnio:

- Se ha escapado otra vez.

El insomnio tiene pinta de una vida bien vivida, ademanes lentos y espaciados, mirada cavernosa, ojeras profundas como surcos de arado, voz espesa. Es fumador empedernido y ahora, en un gesto característico, achina los ojos cuando exhala el humo del cigarrillo, que mantiene suspendido a centímetros de la boca, apretado entre los dedos en V de la mano derecha. Está sentado, encorvado sobre las rodillas, hincando en la pierna el codo del brazo que sostiene el cigarrillo. Por largos segundos permanece inmóvil, habitando la pequeña nube de humo que se dispersa a su alrededor mientras considera mis palabras.

Viéndolo, no puedo anticipar qué es lo que pasa por su cabeza. No sé si es que lo tiene a todo más que claro y está decidiendo la mejor manera de explicármelo o si, muy por el contrario, está tratando de encontrar algo que decir porque todo se le escapa, o no le interesa en lo más mínimo.
- Ahá - dice finalmente  - ¿y creés que me tiene miedo? 
- ¿El sueño? - pregunto, al tiempo que me doy cuenta que la que le teme soy yo.
- ¿Y por qué? - vuelve a preguntar, sin que llegue a formular la idea que me pasa por la cabeza. No sé qué responder. Se me acelera el corazón. La resaca de lo que empujo hacia los márgenes durante el día acecha, como una hiena hambrienta, cuando cae la noche.”

En ese punto, el caudal pareció agotarse y no me vinieron más palabras.  Eran las 04:45 de la mañana. Con manos frías volví a dejar el teléfono en la mesa de noche y me acomodé: tímidamente el sueño ya volvía.

Pareciera que, algunas veces, las palabras son la red de mi atrapasueños.
¿A ustedes les pasa?

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