Chau, Australia. Me llevo la llave que abre todas las puertas

''Quedate cinco minutos más, que no nos vamos a volver a ver''.

Lo dije con la certeza de no estar exagerando, pero me miró con esos ojos de pena o de culpa que yo ya conocía (la mirada, esa misma delatora de siempre) y al cerrar la puerta, agitó en el aire la pesada contundecia de la distancia.

La excepción hace a la regla, dicen. En general, la distancia no me causa desasosiego, y la verdad, es que  he llegado a preguntarme si es porque me volví un poco fría. Pero la respuesta es que no, porque la distancia me ha conectado mucho y, de hecho, también ha sido buena maestra.

Todo depende de la perspectiva. Los largos kilómetros que por años no desanduve, me dejaron muy lejos de la complicidad argentina y, por momentos, de la (irremplazable) calidez latina, pero a la familia viajera no la conocí en la ronda del mate, sino a la sombra de la palmera en el trópico Australiano, tomando un café para llevar; o por sobre el bullicio de un bar irlandés en el centro de Dublin, tomando un Gin & Tonic; o en el lento calor isleño de las Filipinas, tomando agua de coco; o en la galería de un hostel en un pueblo ruinoso de Tailandia, tomando un poco de aire fresco. El viento que  ha sabido llevarme como a una hoja de acá para allá, es ese que silba con cierta nostalgia cuanto se atrapa en las rendijas de las puertas, pero que después sopla airoso cuando sigue camino. Con nostalgia, no con tristeza. He notado que la tristeza (que es más pesada), no me invade cuando me voy, tal vez porque seguir caminos es seguir tendiendo hilos y además,  los miembros de la familia viajera, generalmente, también vuelan.

Irse y tomar distancia nos deja ver bien lo que dejamos atrás, eso no es novedad, pero tiene además, otra ventaja: desbarata el sentido común hasta dejarlo en evidencia en medio de las calles lejanas del mundo. Y una, al verlo así tan desválido empieza (¡finalmente!) a desconfiarle. Asoma, de esa manera, la sospecha de que dar las cosas por sentadas no es una táctica viajera inteligente y de que el sentido 'común' tal vez sea una comodidad casi descartable en cada frontera alcanzada. Vas cayendo en paracaídas, lento pero seguro: venias aferrándote a lo conocido, abrigando la necesidad de saber que todo aquello permanecería igual siempre. Pero el viaje te resulta un recordatorio constante de la fugacidad de todas las cosas y entonces, lo simple, cobra más trascendencia que nunca en tu vida y abrís más los ojos y el corazón.

 Antes de irme de Palm Cove, en la costa noreste de Australia,  llegando a mi casa después del último día de trabajo, traía esas ideas ardiendo en la mente y anoté en mi diario de viaje:

''Hoy, al salir de Vivo [el restaurant donde trabajaba], tomé el caminito medio escondido entre las hojas y sentí una oleada de gratitud. Le agradecí al universo por mi vida, por este lugar y esta gente, por esas caminatas solitarias de vuelta a casa bajo las estrellas en el silencio inmenso de la noche y por la sensación de dicha que me invadió''.

Las despedidas aseguradas y la distancia inminente, hacen un buen trabajo al mantenernos presentes; saber lo que significa la distancia es saber agradecer, y la visión de todas las cosas que se obtiene parada desde la gratitud del corazón, es un panorama que nadie debería perderse. No es entonces que haya empezado a conformarme con poco (¿o tal vez sí?) cuando cuento lo anecdótico entre los souvenirs más valiosos que traje del viaje.

Un mediodía de los últimos en Australia, después de casi tres años de idas, visas y vueltas yo estaba en mi casa de Bondi, en Sydney, atándome los cordones para salir a la calle. Tenía una cita con el médico y algunos mandados que hacer a último momento antes de viajar y por ahí andaban mis pensamientos. En eso, se me acercó C.:

*- ''Vic, what's the word for this in English?'' y se corrió con una mano la cortina de su largo pelo lacio para que yo pudiera ver el tatuaje de la cerradura que tenía en el medio del cuello.
-''It's a keyhole'', le dije.
-''A keyhole. OK, thanks.'', dejó caer el pelo, que le tapaba la espalda y se metió en la cocina.

C. era de Brasil, la había conocido en ésa, que era la última casa en la que viví en Sydney. Ella se había mudado antes que yo y ya estaba instalada cuando llegué. La primera vez que la ví estaba en la cocina, que por entonces era la peor pesadilla de cualquiera, una colonia de cucarachas. Tenía puesto un salto de cama de satén azul con flores y estaba sentada en la mesada, de perfil a la alacena, con los pies descalzos apoyados cerca del microondas. El satén se escurría por los costados de sus piernas largas y dejaba varios tatuajes a la vista. Descansaba el peso de su cuerpo en uno de los brazos, en una posición relajada con la mano desnuda (más tatuajes) apoyada también sobre la mesada, territorio de cucarachas. Charlaba en portugués animado con otra flatmate brasilera y se reía con una risa distendida, como si no hubiese estado en medio del campo de maniobras de Don Cucarachón y toda su prole y entre el arroz de mi cena y yo.

Siempre hay que revisar las primeras impresiones cuando una tiene la chance. A mi no me quedaba otra, C. dormía en la habitación de al lado. Con el tiempo, seguí apretando los dientes al entrar en la cocina (ya sin cucarachas), por las pilas de platos sucios en la pileta, pero ese era el único cargo del que podía culpar a C.. Es verdad que era dueña de un desparpajo particular y algunas veces la curva gruesa del delineador de ojos, los tatuajes y la carcajada aguda no dejaban entrever, a primera vista, lo que en realidad había detrás. Como yo la conocí, era una chica sagaz, de mucha determinación y seguridad en sí misma; feminista velada, pero férrea. Mostraba un interés particular por los demás y no había compromiso en el tono de la pregunta de todos los días:

-''How was your day, Vic?''

Cuando el día no había estado tan bien, se sentaba en el sillón del living y con ojos de interés de madre atenta, te dedicaba su tiempo.

Ese día era viernes y después del breve intercambio con C., salí a hacer mi visita al médico. En esos meses me había chamuscado los pies con una  quemadura de segundo grado limpiando la maquina de café del trabajo y cuando había salido vendada a la calle, me había comido una multa de 75 dólares por cruzar la senda peatonal con el semáforo en rojo, porque llegaba tarde a clase (en esa época estaba haciendo un curso de TESOL). Además, un mes antes del vuelo me había desgarrado el hombro -con efecto sonoro y todo- haciendo acroyoga en la playa. Después del brazo, que por ahí flameaba como una bandera por la lesión, me había estado preguntando que más me podía pasar antes de que saliera de Australia y la respuesta no se había hecho esperar: me cerré la puerta de un Uber en un pulgar (del mismo lado del hombro roto), que se hinchó como una pelota. Como frutilla del postre, en los mismos días me interceptó algún virus infeccioso. De esa forma hice repetidas visitas a más de un centro de salud y fui pasando por el tubo de la resonancia magnética, los rayos X, el ultrasonido, los análisis varios, los desinflamatorios y los antibióticos.

Esa tarde del viernes me quedaban dos días en Sydney y volví a casa con dos diagnósticos poco alentadores y ninguna solución antes del viaje.  Entré directamente en mi habitación, pesada con el estrés y las emociones a flor de piel en vistas de un nuevo desarraigo, lista para desplomarme en la cama y darme unos minutos de autocompasión. Me detuvo un obstáculo inesperado apoyado en la almohada, una bolsita de esas de regalo, que delataba algún detalle de bijouterie. La abrí: era una cadenita color plata con un pendiente pequeño en forma de llave y una cartita:

**''How amazing you are!
It was a pleasure to meet you, Vic, never forget the power you have within yourself and that you're capable of. You are a beautiful woman! smart, beautiful inside and outside, I never want to disconnect from you. For this reason I'm giving you a key. I do have the keyhole forever with me. So you have one key now. The key for your happiness and the key for our eternal connection.
Be always happy wherever you are, and never forget how wonderful you are.
I'll miss you in my life.
C.''.

Las lágrimas de lamento que tenía preparadas justo en el balcón de los ojos, salieron enseguida, pero ya no eran de pena, eran de agradecimiento. Aunque no sólo hacia C.. Su gesto fue el último escalón que subí para ver en perspectiva todo lo que había salido bien, todo lo que había ganado y todo lo bueno que había sido Sydney para mi.

El Opera house desde el Harbour Bridge en Sydney,
como lo vi por primera vez en febrero del 2017.

Estos finales algo terminantes marcados por la distancia, destiñen colores nostálgicos, como los del atardecer, y por eso mismo hay que detenerse a apreciarlos: no dejan de ser maravillosos. Unos días antes de recibir el regalito de C. había terminado el curso que había estado haciendo y había escrito:

*** ''Endings have such a particular taste. Everything that was good and rewarding about the process buds like flowers at the end''.

Todo viaje termina  y una aprende a hacer de la distancia una amiga, para que a ella no se le haga tan fácil la enbestida.  Pero ojo, que algunas veces es más lo que te ayuda que lo que te castiga... ¡Si hasta incluso te abre puertas que de otra manera, nunca hubieses encontrado en la vida!

_______________________

''-¿Vic, cómo se dice esto en inglés?
    -Cerradura.
    -Cerradura. Ok, gracias.''

**  ''Qué genial que sos!
Ha sido un placer conocerte, Vic, nunca te olvides del poder que tenés adentro tuyo y del que sos capaz. Sos una mujer hermosa! inteligente y hermosa por dentro y por fuera, nunca quiero desconectarme de vos. Por eso te doy una llave. Yo tengo la cerradura para siempre conmigo. Ahora vos tenés una llave, la llave para tu felicidad y la llave para nuestra conexión eterna.
Sé feliz siempre, dondequiera que estés y nunca te olvides de lo increíble que sos.
Te voy a extrañar en mi vida.
C.''

***  ''Los finales tienen un sabor tan particular...todo lo que es bueno y gratificante del proceso brota como las flores en el final''.




                                                                    

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